sábado, 11 de junio de 2011

El pastorcito mentiroso



El pastorcito tenía muchas ovejas. Las llevaba al campo para que comieran pasto y las cuidaba por si aparecía el lobo.
Las ovejas comían y el pastor se aburría. Un día, para divertirse, se puso a gritar:
- ¡El lobo! ¡Socorro! ¡El lobo!
Los campesinos lo escucharon y, dejando sus trabajos, corrieron a espantar al lobo. Fueron con palos y palas, con horquillas y rastrillos.
- ¿Dónde está ese lobo? -preguntaron.
Entonces el pastorcito se echó a reír.
- Era un lobo de mentira -dijo-. ¡Era una broma!
Los campesinos, muy enojados, volvieron a sus campos.
Días después, el pastor volvió a gritar:
- ¡El lobo! ¡Socorro! ¡El lobo!
Cuando llegaron los campesinos, él les dijo, muerto de risa:
- ¡Era otra broma!
Pero un día, en el campo apareció… ¡el lobo! Un lobo negro que tenía muchas ganas de comer ovejas.
- ¡El lobo! -gritó el pastorcito-. De veras, ¡vino el lobo!
"Otro lobo de mentira", pensaron los campesinos. Y nadie fue a socorrerlo.
El lobo se comió las ovejas más gorditas. Las otras, escaparon de miedo y el pastor perdió todo su rebaño.
Había dicho tantas mentiras que, cuando dijo la verdad, nadie le creyó.
Al que acostumbra mentir, nadie le cree ni cuando dice la verdad.






El león y el ratón



Una vez, un león atrapó a un ratoncito. Lo tenía entre sus garras y abría la boca para comérselo cuando el ratoncito suplicó:
- Por favor, león, rey de los animales, señor de la selva, ¡no me comas! Apenas soy un bocadito. Si me dejas ir, algún día podré ayudarte.
El león lo miró asombrado y se echó a reír:
- ¿Ayudarme, una cosita tan débil y pequeña como tú? Me das tanta risa que, por esta vez, no te comeré.
Y lo dejó en libertad.
Pasó el tiempo. Un día, el león, rey de los animales y señor de la selva, cayó en una trampa que le habían tendido los hombres. Lo tapó una red muy gruesa y allí quedó atrapado, rugiendo de rabia.
El ratoncito escuchó sus rugidos y corrió hasta él. Entonces, con sus buenos dientes de ratón, empezó a roer la soga.
Mordisqueó, masticó y tironeó. Mordisqueó, masticó y tironeó hasta que la soga se rompió. ¡Y el león pudo salir por el boquete y librarse de la trampa!
Ese día, el señor de la selva, el rey de los animales, aprendió que todos, hasta los más débiles y pequeñitos, pueden ayudarnos.






Caperucita Roja



Caperucita Roja vivía con su mamá en un pueblito de leñadores. Un día que fue a visitar a su abuela, se encontró en el bosque con el lobo.
- Si te encuentras con el lobo -le había dicho su mamá- no le digas adónde vas y vuélvete a casa.
Pero Caperucita se olvidó y le contó al lobo que iba a visitar a su abuelita.
Entonces el lobo corrió a casa de la abuela y se la comió. Después, se disfrazó de abuelita y se metió en la cama.
Cuando Caperucita llegó, se encontró con una abuelita muy rara.
- ¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes! -exclamó.
- ¡Para mirarte mejor! -respondió el lobo disfrazado.
- ¡Abuelita, qué boca tan grande tienes!
- ¡Para comerte mejor! -contestó el lobo. 
Y se la comió.
Por suerte, un leñador que entró a visitar a la abuela y vio al lobo comprendió todo lo que había sucedido. Y después de abrirle la barriga al lobo, sacó de allí a Caperucita y a su abuela. Las sacó enteritas, porque así es como el lobo se las había tragado.
Y mientras abrazaba a su abuela, Caperucita pensó: "Será mejor que otra vez no me olvide de lo que me dice mamá".






jueves, 9 de junio de 2011

La bella durmiente del bosque

Nunca. Nunca se había dado una fiesta tan hermosa. Todas las hadas del reino habían sido invitadas para festejar el nacimiento de la princesita y cada una le había llevado su regalo. Una le había regalado belleza; otra, bondad; otra, inteligencia; otra, felicidad.
De pronto, enojadísima porque se habían olvidado de invitarla, apareció el hada Gris y dijo:
- ¡Cuando la princesita cumpla quince años se pinchará el dedo con un huso y morirá!
Sólo el hada Melusina, que no había hablado todavía, podía cambiar estas palabras.
- Se quedará dormida -dijo-, pero no morirá.
- ¡Que se quemen todos los husos del reino! -ordenó el rey.
Y se quedó tranquilo.
Pasó el tiempo, y la princesita cumplió quince años.
Ese día, mientras todos preparaban la fiesta, la princesita subió a la torre del castillo. ¡Ay! Allí estaba el único huso que se habían olvidado de quemar.
La princesa se pinchó el dedo y se quedó dormida, y junto con ella quedó dormido todo el castillo.
Ya hacía cien años que estaba así cuando, un día, llegó un hermoso príncipe encantado.
- Es un castillo encantado. No entres -le dijeron todos.
Pero el príncipe entró y besó a la princesita. Y su beso la despertó. Entonces todo el castillo se despertó con ella, y la fiesta que estaban preparando cuando todos se quedaron dormidos se realizó para festejar la boda del príncipe y la princesita.