Una vez, un león atrapó a un ratoncito. Lo tenía entre sus garras y abría la boca para comérselo cuando el ratoncito suplicó:
- Por favor, león, rey de los animales, señor de la selva, ¡no me comas! Apenas soy un bocadito. Si me dejas ir, algún día podré ayudarte.
El león lo miró asombrado y se echó a reír:
- ¿Ayudarme, una cosita tan débil y pequeña como tú? Me das tanta risa que, por esta vez, no te comeré.
Y lo dejó en libertad.
Pasó el tiempo. Un día, el león, rey de los animales y señor de la selva, cayó en una trampa que le habían tendido los hombres. Lo tapó una red muy gruesa y allí quedó atrapado, rugiendo de rabia.
El ratoncito escuchó sus rugidos y corrió hasta él. Entonces, con sus buenos dientes de ratón, empezó a roer la soga.
Mordisqueó, masticó y tironeó. Mordisqueó, masticó y tironeó hasta que la soga se rompió. ¡Y el león pudo salir por el boquete y librarse de la trampa!
Ese día, el señor de la selva, el rey de los animales, aprendió que todos, hasta los más débiles y pequeñitos, pueden ayudarnos.
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